—¡El desconocido misterioso! Leí esa obra hace mucho tiempo. ¿Acaso Twain no escribió que todo es un sueño: Dios, el hombre, el mundo, el Sol, y que nada existe, excepto cierto espacio vacío, y que nosotros no somos otra cosa que pensamientos?
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—No lo sé —respondió el discípulo, encogiéndose de hombros—. Solamente vivo un día a la vez. Jesús nos dijo que no debíamos pensar en el mañana, ya que el mañana se hará cargo de las cosas por sí solo. Basta con el mal que se vive en un día.
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Su aplomo y sus modales me sorprendían. A pesar de todas mis observaciones impertinentes y de mis pullas, estaba dispuesto a recibir más. ¿Eran todos los demás como Mateo y el hermano de Jesús; estaban tan acostumbrados a la mofa, al vejamen y al ridículo, que la adversidad se había convertido en una forma de vida que solamente podían soportar volviendo la otra mejilla con una sonrisa? ¿Era genuina su ecuanimidad, o era solamente un escudo que llevaban para protegerse de las hondas y las flechas de sus enemigos más encarnizados? ¿O, en realidad, no hacían otra cosa sino practicar lo que predicaban; destruían a sus enemigos amándolos hasta que se convertían en amigos?
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—Me sorprendes, Matías. Como creador de historias de misterio, de seguro debes comprender que un espía que se parece a la imagen que todos tienen de él, es un fracaso.
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—Un verdadero milagro no es un truco de magia que cualquiera puede aprender. Es una demostración del poder ilimitado de Dios, y normalmente va en contra de las leyes de la naturaleza, tal y como nosotros las conocemos. Un milagro es una expresión de la voluntad y los propósitos de Dios y, cuando somos testigos de uno, nos ofrece una fe renovada de que siempre está con nosotros. —De acuerdo con esa definición, ¿Jesús sí hizo milagros? —Los milagros fueron forjados por Jesús —me corrigió Pedro—, pero el poder para hacerlos procedía de Dios. —¿De tu Dios o del mío? —Romanos o judíos, Matías, ¡hay un solo Dios!
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Aun así, algo me molestaba, pero no podía acertar qué era. ¿Qué cosa se me olvidaba? El rompecabezas estaba casi completo y la imagen era clara, pero faltaba una pieza que estropeaba el cuadro final. ¿Quién la tenía, y en dónde podría encontrarla?
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—Muchos de nosotros tenemos que caer primero en los pozos más sombríos de la desesperación antes de aprender a apreciar la visión de una sola estrella en el firmamento.
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—Habías olvidado todas esas cosas que, seguramente, aprendiste de tu madre cuando te leía por las noches: que ni siquiera un gorrión puede caer al suelo sin que Dios lo observe y que aun los cabellos mismos que hay en tu cabeza han sido numerados por Él, tal y como Jesús nos lo dijo.
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El amor es el mayor presente de Dios; es la chispa divina que por doquiera produce y restaura la vida. Para todos y cada uno de nosotros el amor nos da la fuerza, como sucedió en tu caso, Matías, para obrar milagros con nuestra propia vida y con las de aquellos que nos rodean.
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