Un hakawati es un contador de historias, mitos y fábulas (hekayât). Un cuentista, un actor. Una especie de trovador, alguien que se gana la vida hechizando al público con relatos. Como la palabra hekayeh («historia», «fábula», «noticia»), hakawati se deriva de la palabra libanésa haki, que significa «charla» o «conversación», lo que sugiere que en libanés el mero acto de charlar ya supone narrar una historia.
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Todos sabían que en su vientre traía a un varón. Las señales eran obvias: había ganado doce kilos (ya se sabe que los chicos son más grandes); su barriga era totalmente redonda (las niñas son torpes, el útero nunca se llena de forma perfecta); se hallaba sometida a un dolor constante y se había pasado los primeros tres meses tumbada de espaldas (los chicos siempre dan más problemas); no se recuperaba con facilidad, el tobillo seguía hinchado (los chicos son egoístas y absorben todas las energías curativas de la madre); estaba radiante (los chicos hacen felices a sus madres).
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—Te ofreceré un consejo, apreciada señora —dijo Jacob—. Los senderos de la locura no siempre se distinguen de los caminos de la sabiduría. Apresúrate, por favor.
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»¿Sabes por qué te cuento esto, Osama? Es para que entiendas que, por buena que sea una historia, lo importante es cómo se cuenta.
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—Perdonadme, señor, pero las señoras han solicitado que cualquiera que desee interesarse por la casa debe entrar por la puerta verde, que nadie ha sido capaz de abrir desde hace generaciones.
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Reanudaron la marcha, pero seguían sin acompasar el ritmo, como si mi padre hubiera ensayado para este momento durante toda su vida y la vida hubiera decidido no colaborar.
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—No te voy a besar —dijo la tía Wasila—. Sé que odias el sentimentalismo falso.
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