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Fragmentos de Gente de verdad - Alison Lurie

https://www.goodreads.com/book/show/18753133-gente-de-verdad 

Siempre me alegro de irme, pero cuando llego a Nueva York, o incluso a Boston, es terrible. Tan ruidoso, tan sucio. Miro las caras de la gente en la calle o en el metro y todas son infelices y están enfadadas. Y pienso, bueno, es lógico viviendo en un sitio como éste. Y luego, al cabo de una semana, ya no lo aguanto. Tengo que volver aquí, donde la gente es normal.
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En Iliria uno se convierte en quien de verdad es, en la persona que sería si viviese en un mundo más decente.
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De todos modos, creemos en la obra del otro; sabemos que todos estamos aquí por eso, en este pequeño Edén privado. Un sitio que, y Teddy y la señorita Waters estaban de acuerdo, es lo que parece. Pero este Edén no está diseñado para seres humanos. Por eso, temporalmente, todos somos dioses que estamos atareados creando.
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Antes pensaba, en mi ingenuidad infantil, que sería maravilloso ser escritora. No se me ocurrió pensar que, si eso sucedía, a los ojos de la mayoría de la gente iba a dejar de ser, al menos en parte, un ser humano. Nadie me informó nunca del riesgo laboral de la literatura, del gas venenoso de la reputación que se descarga en torno a cada escritor en proporción directa a su éxito.
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Además, ahora la mayoría de las novelas largas son malas. Era distinto hace cien o doscientos años. Hoy la vida va más deprisa, sus partes están menos conectadas. Uno asume que la mayoría de los acontecimientos y las relaciones (por muy intensas que sean) no van a tener mayor duración ni complicación de lo que se puede describir en veinte o treinta páginas. Así que escogemos las formas literarias que se adaptan a nuestra vida. ¿O es al contrario? Cuando escribimos historias cada vez más cortas ¿estamos convenciendo a nuestros lectores de que dividan su vida en trocitos cada vez más pequeños, brillantes y discontinuos?
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El arte tiene la última palabra. El futuro y el pasado nos pertenecen. Pero ¿y el presente? El presente, no. Mermelada ayer, mermelada mañana, pero nunca mermelada hoy.
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La ficción es realidad concentrada. Y por eso tiene un sabor más intenso, como el caldo o el zumo de naranja congelado. Soy consciente de todo esto; lo soy desde hace años.
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Ambos eran solo fantasmas de algún cuento que nos estábamos contando mutuamente y a nosotros mismos. Muy encantador y espiritual, como todos los fantasmas, pero al fin y a la postre, inconsistente, transparente y aburrido.
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Si al final no va a sobrevivir de la vida nada más que lo que los artistas cuenten de ella, no tenemos derecho a contar lo que sabemos que son mentiras.
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